103- CON PERFUME DE NARDO

Gran fiesta para celebrar el retorno de Lázaro. María derrama un perfume muy caro en los pies de Jesús. Y no faltan las críticas.

Pedro – ¡Camaradas, la primera copa por este granuja de Lázaro! ¡Tuvo las narices llenas de gusanos y Dios nos lo ha devuelto tan gordo como siempre! ¡Alabado sea Dios!
Viejo – ¡Alabado y bendito sea, que nos ha dado ojos para ver lo que hemos visto! ¡Y que viva el profeta de Nazaret!
Todos – ¡Que viva! ¡Que viva!

La Palmera Bonita, en Betania, rebosaba de gente. Marta y María habían preparado una gran fiesta en la taberna para celebrar la vuelta de Lázaro a la vida. A todos nos parecía que estábamos soñando cuando veíamos a aquel hombre, con su panza y sus carcajadas de siempre, gastando bromas y comiendo hasta hartarse. De vez en cuando, Pedro y yo nos pellizcábamos para comprobar que todo era cierto. Y, como lo era, seguíamos riendo y brindando por la vida que Dios le había devuelto a nuestro amigo.

Pedro – Ni mi Rufi, que ya es decir, ha cocinado nunca un cordero tan sabroso como éste.
Felipe – Los corderos del Reino de Dios sabrán así, ¿no, Jesús?
Marta – Te sirvo más, Felipe. ¡Y a ti, Pedro! ¡Ea, paisanos, por comida que no falte! ¡Y por bebida tampoco! ¡Si es necesario abrimos otro barril!
María – ¡Otro barril! ¡Diez barriles! ¡O cien! ¡O cien mil! ¡Que la alegría pide vino y el vino trae alegría! ¡Y hoy es el día más alegre en la historia de la Palmera Bonita! ¡Amigos, hoy invita la casa!
Lázaro – ¡Y mañana cierra la casa! ¡Ja, ja! Porque a este paso entre Marta y tú me van a matar otra vez, pero no de enfermedad, sino de deudas. ¡Ja, ja, ja! ¡Qué hermanas más locas, cielo santo! Dime, Jesús, ¿será que Dios me ha sacado de la tumba para ver cómo mis hermanas me arruinan en un solo día? Un disparate, un disparate, ¡ja, ja, ja! ¡Ea, echa más vino en la jarra y tráeme otra pata de cordero que tengo hambre de cuatro días!

Lázaro reía con gusto y comía con más gusto aún. Marta y María habían mandado matar los diez corderos más gordos del redil y habían gastado todos los ahorros de los últimos meses en comprar vino, dátiles, higos y pasteles. Después, corrieron de casa en casa invitando a todos los vecinos de la aldea para que vinieran a la fiesta.

Viejo – Pues yo, Lázaro, ¿qué quieres que te diga? Les agradezco a tus hermanas estas locuras que han hecho y esto de tirar la casa por la ventana. Ya se me estaba olvidando a mí lo que era comer caliente. ¡Y, la verdad es que tener la panza repleta es una bendición del cielo!
Pedro – ¡Tiene razón el viejo Teclo! ¡Barriga llena, corazón contento!
María – ¡Y mayor la contentura, si comienza el baile! ¡Vamos, vecinos, vamos al patio, a bailar todo el mundo! ¡Después ya habrá tiempo para seguir chupando huesos! ¡Ea, muchachos, ¿quién de ustedes sabe tocar la Danza de las Cabrillas?
Viejo – ¡Eso es cosa mía! A mí me enseñó mi abuelo. ¡Traigan esa flauta!
María – Y tú, Felipe, ¿no sabes tocar los tamborcitos?
Felipe – Bueno, yo sólo sé tocar la corneta de mi carretón! ¡Ja,ja!
María – ¿Y tú, Pedro?
Pedro – ¡Yo sólo toco la puerta de mi casa!
Marta – ¡Los tamborcitos los toco yo, qué caray! ¡Que con vino dentro la música sale sola!

Salimos todos al patio y empezó la música y los cantos. Los hombres en una rueda y las mujeres en otra bailábamos con entusiasmo, dando vueltas y palmadas. María reía sin parar, bailaba, iba de un lado a otro, enrojecida y sudorosa, saludándonos a todos y abrazando a cada momento a su hermano Lázaro. Marta también estaba radiante. Las dos hermanas nos contagiaban a todos su inmensa alegría.

Comenzaba a oscurecer y Jerusalén, allá a lo lejos, encendía sus primeras luces, cuando entramos otra vez en la taberna. En la mesa quedaban higos, dátiles y pasteles. Marta encendió las lamparillas que colgaban de las paredes y volvió a llenar las jarras de vino.

Pedro – ¡La vida da vueltas como una rueca! ¡Ayer llorando a moco tendido! ¡Y hoy riéndonos a carcajadas! ¡Otro brindis, compañeros!
Felipe – ¡Eso! ¡Para que no amanezca!

Entonces vimos a María, la hermana de Lázaro, dejar la mesa y salir corriendo hacia el patio.

Lázaro – Bueno, y esa hermana mía, bizca y loca, ¿a dónde habrá ido ahora? ¿Se irá a disfrazar de reina de Saba? ¿Qué creen ustedes? Porque ésa es capaz de todo, ¡ja, ja, ja!

Al momento, María apareció de nuevo. Bajo su túnica de rayas verdes escondía algo.

María – ¡Óyeme lo que te digo, lengua larga, si tuviera dinero para comprar los elefantes y los camellos de la reina de Saba, también lo hubiera hecho! Pero, ¡sólo me alcanzó para esto!

María sacó de entre los pliegues de su túnica un frasco de alabastro del tamaño de una calabaza.

Lázaro – Y eso, ¿qué cosa es, mujer?
María – ¡Vecinos, ha habido baile y cordero! ¡Pero ahí no se va a acabar todo! En las fiestas grandes, que yo sepa, corre el vino y también los perfumes. ¡Pues aquí está el perfume! ¡Era lo que faltaba!

Con los ojos llenos de lágrimas y loca de contenta, María se acercó a donde estaba Jesús…

María – ¡Jesús! ¡Que Dios vaya contigo a todas partes, que siempre tengas salud, que vivas novecientos años como Matusalén, que tu madre lo vea con sus ojos y que la muerte no te toque ni la punta del pelo ni la uña de tu pie!
Lázaro – Pero, María, ¿qué estás diciendo? Estás borracha.
Marta – Borracha, sí, borracha de alegría. Y Jesús es el culpable. ¡Bendita sea la hora, moreno, en que entraste por esa puerta! ¡Antes te lavé los pies con agua, pero ahora te los voy a lavar con perfume, como a un gran señor!

María rompió el cuello del frasco y derramó sobre los pies de Jesús el aceite de nardo. Creo que era como medio litro. Enseguida el perfume llenó toda la taberna.

Pedro – ¡Recuernos! ¡Parece como si uno tuviera un jardín entero metido en el hocico!
Lázaro – Pero, ¿cuántos denarios te ha costado esa ocurrencia, cabeza loca?
María – No te lo digo, porque me vas a regañar, Lázaro. ¡Pero un día es un día, qué caramba!
Felipe – ¡Esto huele a gloria, sí señor!
Pedro – ¡Si corrió el perfume, que siga corriendo el vino! ¡Vamos, compañeros! ¡Un brindis ahora por la cabeza loca de María!

La fiesta duró hasta pasada la medianoche. Los vecinos volvieron felices a sus casas. Las mujeres y algunos del grupo se acostaron, rendidos de cansancio. Lázaro, Marta y María los siguieron pronto. Mi hermano Santiago y yo, Judas, Pedro y Felipe nos quedamos todavía un rato más en el patio, conversando con Jesús. La luz de la luna llena había borrado del cielo las estrellas y nos iluminaba las caras.

Felipe – Eh, moreno, ¿qué pasa? Has estado muy callado durante la comida.
Pedro – ¿Callado? ¡Tragando! ¡La lengua no puede andar en dos faenas a la vez! ¡Este Jesús no había terminado con una costilla cuando ya le estaba metiendo mano a la otra!
Felipe – ¡Y tú también, Pedro, que te vi yo! ¡Yo no le he contado nunca las costillas a un cordero, pero caramba, Jesús y tú tenían en el plato las de un rebaño entero! ¡Ja, ja, jay!
Santiago – ¡Qué tonto eres, Felipe! ¡Y tú, Pedro! Ya estamos en confianza, Jesús. Dilo sin rodeos.
Jesús – ¿Que diga qué, Santiago?
Judas – Vamos, moreno, ahora no tienes que andar disimulando. Sabemos de sobra por qué has estado tan callado durante la fiesta. Santiago y yo lo hablamos hace un momento. Y pensamos lo mismo que tú.
Jesús – Pero, ¿de qué se trata, Judas? De veras, no entiendo.
Judas – Que esto ha sido un despilfarro, caramba. Saca la cuenta de los gastos. ¡Sólo con el perfume que ha comprado esa loca de María hubieran comido diez familias!
Santiago – ¡O más todavía! ¡Maldita sea, hemos hecho lo mismo que esos ricachones egoístas que tanto criticamos: banqueteándonos mientras otros pasan hambre!
Felipe – ¡Y tú el primero, Santiago!
Santiago – ¡Y yo el primero, Felipe, sí, y eso es lo que me da más rabia!
Judas – Mucha gente se habrá acostado hoy en Jerusalén con la tripa pegada al espinazo. Y nosotros, los que hablamos de justicia, aquí, atiborrados. Y, encima, ese perfume carísimo… Esa fue la gota que me llenó la jarra. A ti también, ¿verdad, Jesús?
Santiago – Vamos, moreno, desembúchalo. No, no te preocupes, que no se lo diremos a Lázaro para no ofenderlo. Pero reconoce que lo de esta tarde te puso la sangre hirviendo.
Jesús – Pues no, Santiago, a mí no.
Judas- ¿No nos vas a decir que estás de acuerdo con las comilonas y las mesas chorreando vino?
Felipe – ¡Y las patas de Jesús chorreando perfume! ¡Jajay!
Santiago – Yo no le encuentro la gracia, Felipe.
Judas – Ni yo tampoco. Es más, que me avergüenzo de haber estado en esta francachela.
Pedro – ¡Pues yo me apunto para la próxima, qué caray, que hacía tiempo que no me reía tanto ni bailaba con tantas ganas!
Felipe – ¡La próxima la van a preparar para Pentecostés, así que ya saben, compañeros, todos aquí como un solo hombre!
Santiago – Vendrás tú, ¡revolucionario de mantequilla! ¡Pero a mí no me vuelven a ver el pelo en esta taberna de manirrotos!
Jesús – Pero, Santiago, por favor, ¿a qué viene todo esto? ¿Qué fue lo que comieron Judas y tú que se les atravesó allá dentro? María ya lo dijo: un día es un día.
Felipe – ¡Y un día al año no hace daño, como dicen en mi pueblo!
Judas – Pues que lo digan en todo el país, si quieren. Pero eso mismo es lo que dicen los ricos. Y en un día se gastan los jornales de todo un mes de trabajo de un campesino y se quedan tan tranquilos.
Pedro – Mira, Judas, no le busques cinco pies al gato, que sólo tiene cuatro. Marta y María invitaron a todos los vecinos de Betania. La fiesta fue para todos. Nadie se quedó fuera. ¿Qué hay de malo en eso? ¿O es que los pobres, por no tener, no tenemos derecho a divertirnos? ¡Caramba contigo!
Santiago – A divertirnos sí, Pedro. Pero no a derrochar, que una cosa es una cosa y otra es otra. Di que no, Jesús, anda, di que no.
Jesús – Yo no sé, Santiago, pero a mí me parece que más cerca del Reino de Dios están los botarates que los tacaños. Sí, de veras, no pongas esa cara. Yo pienso que Dios también está un poco chiflado como María. Dios no saca muchas cuentas ni usa balanzas ni medidas. Lo que tiene, lo da, lo regala, así, sin más.
Judas – Pero, Jesús, ¿cómo puedes salir ahora con esto, tú que has gastado toda tu saliva hablando de justicia y de luchar por los miles de hombres y mujeres que no tienen ni un pedazo de pan que llevarse a la boca?
Jesús – Precisamente por eso, Judas, porque son miles y la lucha es larga y hay que sacar un tiempo para todo. Hay un tiempo para guardar y otro para gastar.
Felipe – Eso mismo le digo yo a Natanael: tómalo con calma, Nata, que no por mucho madrugar se amanece más temprano. Pero él no: del taller a la casa, de la casa al taller… ¡Así se le cayó el pelo tan pronto! ¡Jajay! Y lo mismo les va a pasar a ustedes dos, Santiago y Judas, que se pasan el día dale que dale con lo mismo y no saben descansar.
Jesús – ¡Y yo digo que hasta el mejor vino, si se pasa un poco, se vuelve vinagre!
Pedro – Eso, Jesús. No hay que darle tantas vueltas a las cosas, compañeros. A cada día le basta lo suyo, ¿no es eso? Pues entonces hay que abrir la mano y tomar lo que traiga cada día. Hoy trajo fiesta, pues fiesta. Si mañana trae llanto, pues llanto.
Felipe – ¡Y cuando traiga perfume de nardo, pues perfume de nardo, qué caray, que tampoco uno va a estar oliendo siempre a cebolla y pescado!

Un rato después nos fuimos a acostar, cansados y contentos. Al cerrar los ojos, recordé a María, la hermana de Lázaro, bailando feliz, riéndose, derrochando alegría por todos los poros de su cuerpo. Creo que nadie mejor que ella entendió que el Reino de Dios es una fiesta.

Mateo 26,6-13; Marcos 14,3-9; Juan 12,1-8.

 Notas

* En Jerusalén existía una industria de elaboración de perfumes y ungüentos aromáticos. Los perfumes se usaban en el Templo para quemarlos y así dar agradable olor durante las ceremonias religiosas. También se vendían al público. Eran considerados generalmente un artículo de lujo y la mayoría eran importados de países orientales. Se importaban también los vasos de alabastro donde solían guardarse las esencias. Los recipientes venían de Egipto y algunos artesanos locales habían logrado hacer buenas imitaciones de ellos. El oficio de vendedor de perfumes no era muy bien visto.

* El nardo es una planta originaria de la India. De la base de su tallo y de sus raíces se saca el aceite de nardo. Como la mayoría de los perfumes orientales, tiene un olor intensísimo y muy agradable.