135- FIESTA CON LOS PASTORES

Un grupo de pastores de Belén se acercan al campamento donde ha nacido el niño. Le traen regalos. Una anciana le lee la suerte.

Jerusalén, como una mujer presumida, se adornaba para la próxima fiesta de Pentecostés. En las calles se ponían ramas y flores, en las murallas se encendían antorchas, y los hijos de Israel separaban sus primicias para ofrecerlas en el Templo, agradeciéndole a Dios la nueva cosecha. Ha pasado mucho tiempo y ninguno de nosotros ha olvidado todo lo que María nos contó en aquellos días.

María – Cuando Jesús nació, la noche todavía era cerrada, que yo me acuerde. Faltaba como un par de horas para que el sol subiera por las montañas y limpiara de estrellas aquel cielo frío y negro de Belén. Enseguida que di a luz, la cueva se llenó de todos los galileos que había en el campamento. Entraban y salían para ver al niño y darnos la enhorabuena a mí y a José.

Mujer – ¡Bendito sea Dios, vaya muchachote hermoso! ¡Para ser el primero!
Hombre – Ya sabes, José, quien hace un cesto hace ciento. ¡Es cosa tuya que los que vengan detrás te salgan tan bien hechos como éste!
Muchacha – Cosa suya, ¿no? Y la madre, ¿qué? ¡Estos hombres! ¡Siempre barren para su rincón, caramba!
Vieja – Lo que yo creo es que este galileíto va a dar mucha guerra. ¡Como siga igual que para nacer!
Hombre – Pero la madre ya se siente bien, ¿no?
Vieja – Deje a la madre reposar. No la haga hablar ahora. Anita, mójale los labios. Ha sudado mucho la pobre…
Mujer – ¡Pues lo que es el padre, estaba más espantado que la burra de Balaán!
Muchacha – ¡Mira este chiquirritico cómo mama ya, angelito!
Hombre – Muchacho, no sea glotón, que la fuente no se seca!
Viejo – Compañeros, todas las noches no nace un niño. Así que si hoy nació uno, esto hay que festejarlo. ¡Que empiece la música y corra el vino!
Mujer – Pues como no seas tú el que corra a buscarlo, poco queda ya.
Hombre – Con poco o con mucho, esta noche se festeja por lo grande. ¡Hip! ¡Aquí no se acuesta nadie!
Viejo – No importa, ya falta poco para que canten los gallos. De una vez, pasamos la noche en claro.
Mujer – Pues yo tengo un sueño que me caigo en pedazos…
Vieja – Aparta las cagarrutas y te echas una cabezada ahí sobre esa paja.
Hombre – Pero, ¿quién habla de sueño ahora, paisano? ¡Ea, suelta una copla, Titina, y que empiece la alegría!
Mujer – Bueno, bueno, vamos a ver qué me sale. Ahí va eso…
¡Que viva la más bonita!
como la flor del romero
que viva quien con dolores
pare a su hijo primero.
Hombre – Ahora yo, que tengo una mejor…
Limoncito, limoncito
acabado de florecer
no llores más muchachito
que nadie te va a querer.

Cerca de la cueva, al otro lado del palmeral, había unos pastores que pasaban la noche por ahí, al sereno, cuidando sus ovejas. Para defenderse del frío y de los lobos prendían fogatas al descampado y se turnaban montando guardia.

Chepe – Por los ángeles del cielo, ¿qué bulla es esa? Y diría yo que viene de allá, de donde la cueva. Cosa rara a estas horas. Afina bien las orejas, Chepe… Sí, esto parece música de fiesta. ¡Eh, tú, Samuel, eh, Baboso, despiértense, hijos!
Baboso – Pero, ¿qué es lo que pasa, caramba? Estaba soñando yo con un plato de lentejas rojas y…
Samuel – ¿Qué fue? ¿Los lobos?
Chepe – No, muchacho, es cosa buena. ¿No oyen ustedes lo que yo oigo?
Samuel – Sí, pero… ¿Qué fiesta se celebra esta noche?
Chepe – No lo sé, pero para una que nos cae tan cerca… ¡Epa, vamos a meter las narices!
Baboso – ¡Si hay muchachas bonitas todavía llegaremos a tiempo de pellizcar a alguna!
Samuel – ¡Pues vamos antes de que amanezca!
Chepe – ¡Y antes de que se acabe el vino!
Baboso – ¡Trae a las bestias! ¡Ovejas! ¡Ovejaaas! ¡Andandooo!

Yo estaba muy cansada, los ojos se me cerraban. En aquel medio sueño veía por los rincones de la cueva a los que se habían quedado dormidos. Se arrebujaron en sus mantos y se echaron sobre la paja húmeda del suelo. Fuera, mis paisanos bailaban y cantaban. Ya saben ustedes que con los galileos cualquier ocasión es buena para alborotarse. De vez en cuando José, que también cantaba a todo cantar, asomaba la cabeza y me guiñaba un ojo. Los pastores llegaron con su rebaño cuando ya casi amanecía.

Mujer – Bendito sea Dios arriba
bendito sea Dios abajo
y en la tierra que haya paz
pa’l que cumple su trabajo.
Hombre – Y al que cumple su trabajo
que también tenga alegría
porque Dios quiere a los hombres
por la noche y por el día.

Chepe – Eh, tú muchacho, ¿qué celebran ustedes con tanta bulla? ¡Nos han cortado el sueño por la mitad!
Hombre – Pero, ¿no se han enterado? ¡Una buena noticia, amigo! ¡Una paisana parió esta noche!
Baboso – Bah, entonces no es para tanto. Todos los días las mujeres de Belén dan a luz y no armamos tanto jolgorio.
Hombre – Pero esto es distinto. A un galileo que nace fuera de su tierra hay que recibirlo con más aprecio. Además, después de tanto viaje ya teníamos ganas de fiesta, ¡hombre!
Chepe – Y, a ver, ¿dónde está la criatura?
Hombre – Allá, en la cueva ésa, detrás del palmeral.
Chepe – Querrás decir en “mi” cueva. Porque ese lugar es mío y de mis ovejas.
Hombre – ¡Ea, viejo, no sea cascarrabias! Vamos, vengan también ustedes a verlo y a brindar. Aún habrá dátiles y un poco de vino.
Chepe – Dejen las ovejas ahí, en ese claro, muchachos.
Hombre – ¡Compañeros, oigan, estos pastores vienen a festejar con nosotros! ¡Oyeron la música y corrieron hacia acá!
Chepe – Así fue. ¿Y dónde está el padre de la criatura?
José – Soy yo, viejo.
Chepe – ¿Es el primero, hijo?
José – Sí, el primero.
Chepe – Pues que vengan muchos detrás. Anda, enséñame a tu muchacho.

Cuando entraron los pastores, la cueva se volvió a llenar de gente.

Chepe – A ver, ¿dónde está la buena moza que se ha colado a parir en mi cueva?
María – Aquí estoy, abuelo. Échemele una bendición al niño.
Chepe – ¡Que Dios te bendiga, muchacho! Está bien formado, sí. Ninguna oveja me ha parido un cordero tan hermoso como tu hijo, mujer.

El viejo pastor de barba gris se acercó a Jesús y le acarició la cabeza. Los otros dos, jóvenes y fuertes, tostados por el sol de Judea, hicieron lo mismo. Debían de ser sus hijos. Uno de ellos se acercó a José.

Baboso – Toma. Te lo regalo.
José – Y esto, ¿para qué es?
Baboso – Un cascabel de buena suerte. Nosotros, cuando nos nace una oveja, se lo colgamos del pescuezo. Sirve contra el mal de ojo y así el animal crece fuerte y se cría bien. Pónselo a tu niño.
José – Bueno, yo…
Baboso – Pónselo, hombre, que daño no le va a hacer.
Chepe – Óiganme, los forasteros: estoy pensando yo ahora que si este muchacho les ha nacido en sitio de pastores es que pastor habrá de ser.
Vieja – Eso mismito es lo que estaba yo diciendo ahí fuera, que si nació donde el ovejo, de pastor será el pellejo.
José – Por mí que sea pastor o albañil o vendedor de frutas, lo que él quiera ser, o lo que yo le pueda enseñar. A mí lo que me importa es que el muchacho salga valiente y pelee duro por nuestro pueblo. ¿Saben qué nombre le vamos a poner? Jesús, nombre de luchador.
Chepe – ¡Así me gusta oír hablar, muchacho! Hacen falta luchadores, porque este pueblo nuestro está como un rebaño dispersado. Los gobernantes que tenemos no es que sean malos pastores, ¡es que son malísimos! Ellos se apacientan a sí mismos. Y a nosotros, nos ordeñan, nos trasquilan, nos tienen puesta la bota en la nuca, y al final… ¡al degüello!. Pero ya dicen que no hay mal que cien años dure.
Samuel – ¡Como Dios no meta su bastón y nos lleve por sendero bueno!
Baboso – Sí, paisano, que Dios quiera que su muchachito sea de los que van delante del rebaño y lo hacen andar hasta donde hay buen pasto. ¡Ojalá!
Mujer – Bueno, bueno, están aquí ustedes hablando de si el niño va a ser esto o va a ser lo otro, y a ninguno se le ha ocurrido echarle la suerte. ¿A que no?
Vieja – Pues no, tienes razón. A ver, que la vieja Ciriaca deje el baile y venga para acá dentro, que ella sabe mucho de esas cosas.
Chepe – ¿Y cómo es que echan ustedes la suerte, mujer?
Vieja – Nosotros los del norte la leemos en la palma de la mano de la madre.
Samuel – Pues los pastores lo hacemos en la tripa del ombligo de la criatura.
Vieja – ¿En el cordón del ombligo? ¡Uy, Dios santo, qué cosas hay que ver!
Hombre – En la mano o en el ombligo, ¿qué más da? ¡Pero, échenle de una vez la suerte al niño!
Mujer – ¡A ver qué nos va a salir este nazareno!

Una mujer vieja, llena de arrugas, con aros de plata colgados de la nariz, y envuelta en un manto oscuro, se acercó despacio a las pajas donde yo estaba recostada.

Ciriaca – A ver, María, dame tu mano. La derecha, eso es… “Si no crecieras, mi niño, si te quedaras pequeño, pero el tiempo pasará, más pronto que pasa el sueño”… A ver, hija, acércame esa lamparita para que yo vea… Esta es la raya de los pies… Sí, aquí dice que este muchacho cruzará el país para arriba y para abajo… y después para abajo y para arriba.
Hombre – ¡Pues va a gastar muchas sandalias!
Mujer – ¡Psst! ¡Cállese, hombre, esto es cosa seria!
Ciriaca – Esta es la raya de las entrañas… Veo muchos, muchos hijos. El niño de María va a tener muchos hijos. Tantos como granos hay en la espiga cuando madura.
Mujer – ¡Ea, María, no te va a caber en la casa tanto nieto!
Ciriaca – Vamos a ver ahora la raya del dinero… ¡jumm! ¡Lo que está es rayado! Me parece a mí que este muchachito, si no se gana la rifa, va a andar siempre con una mano delante y otra atrás.
Hombre – Por eso no, vieja, que así andamos todos en este país, ¡hip!, ¡como Adán antes del pecado!
Mujer – ¡Ea, Ciriaca, échese otro augurio!
Ciriaca – ¿Todavía quieren más? No, no, que venga otro, ¡que para ser de balde, ya le he dicho bastante!
Hombre – Yo lo que quiero ver es el asunto ese del ombligo que dijo acá el pastor… ¿Cómo es que se echa esa suerte, viejo?
Chepe – ¿Dónde está la tripa?
José – Por ahí andará…
Chepe – ¡Pues, a buscarla! ¡Sin tripa no hay suerte!
Mujer – ¡Mírenla! ¡Aquí está!
Chepe – ¡Vamos fuera, que esto tiene que ser en campo abierto!
Chepe – ¿Ven? Se tira el cordón del ombligo para arriba y todo el mundo abajo preparado.
Mujer – ¿Y entonces, abuelo?
Chepe – ¡Para el que lo agarre, salud, fortuna y amor! ¡Ahí va!
Hombre – ¡La tengo! ¡La tengo!
Mujer – ¡Otra vez! ¡Otra vez!
Chepe – ¡Ja! Trae acá, muchacho. ¡Para el que lo agarre esta vez, cien años de felicidad! ¡Ahí va!

Desde la cueva, recostada sobre las pajas, oí las risas, los aplausos y la algarabía de la fiesta que habían organizado los galileos y los pastores. Decían que mi hijo les iba a traer buena suerte, y yo en mi corazón le pedía a Dios lo mismo. Ya amanecía cuando cerré los ojos y me fui quedando dormida, apretando a Jesús contra mi pecho.

Vieja – La noche se volvió loca
porque parió la paisana
y en la fiesta que le hicimos
nos agarró la mañana.

Lucas 2,8-20

Notas

* Los alrededores de Belén eran lugar apropiado para el pastoreo. En aquellos mismos campos David había apacentado sus ovejas antes de ser ungido como rey de Israel. Todavía hoy los pastores árabes conducen sus rebaños por los terrenos que rodean Belén. Fuera de la ciudad, en el llamado «campo de los pastores», una iglesia en forma de tienda beduina recuerda a los belemitas que saludaron al niño galileo recién nacido en sus tierras.

* Los pastores de Belén, como los de cualquier otro lugar de Israel, no eran «tiernos, encantadores y dulces», como generalmente los pintan las postales y cantos de la Navidad. No sólo eran hombres de la más baja clase social, sino que se consideraban elementos «peligrosos». Los pastores eran marginados en la sociedad del tiempo de Jesús. Se los veía como ladrones y tramposos. Aunque no hubiera pruebas, eran siempre sospechosos de llevar sus animales a propiedades ajenas y de robar parte del producto de los rebaños. Algunas comunidades de personas «religiosas» tenían prohibido comprarles lana, leche o cabritos. La literatura de los tiempos de Jesús estaba llena de juicios muy críticos contra los pastores. Si el evangelio de Lucas presentó como primeros conocedores del nacimiento de Jesús a los pastores, más que dar con ello un dato histórico, buscaba hacer teología: dejar bien claro, desde el comienzo del evangelio, quiénes iban a ser los destinatarios del mensaje de Jesús.

* Como en el texto de la anunciación a María, el evangelista Lucas incluyó en este relato de alegría y fiesta, a ángeles que cantan en los cielos y anuncian paz en la tierra con ocasión del nacimiento de Jesús. Mateo, el otro relator de la infancia de Jesús, quiso resaltar la universalidad de su mensaje. Por eso, escribió que llegaron a Belén unos orientales que eran “magos”, que tenían otra religión, expresando así que Jesús no vino a liberar sólo a Israel sino a todos los pueblos de la tierra. Se inspiró para ello en varias profecías del Antiguo Testamento (Isaías 49, 12 y 22-23; 60, 3-6) y hasta tomó prestada la estrella premonitoria con que Balaam, un extranjero, anunció la llegada de un gran rey (Números 24, 15-19) para completar el cuadro de la Navidad. Todos estos símbolos son el pórtico maravilloso de lo que Mateo y Lucas quieren dar a conocer sobre Jesús.