30- LAS MANOS SECAS

El rabino acusa a los campesinos de haber robado trigo en sábado. Amenaza con castigos divinos. Jesús cura a un hombre con la mano paralizada.

El terrateniente Eliazín nos había atrapado arrancando espigas en su finca después de la gran tormenta que destruyó los sembrados de los campesinos de Cafarnaum. Los escribas amigos suyos nos llevaron a empujones hasta la sinagoga para juzgarnos por aquello. Era día de sábado.

Abiel – ¡Andando, pandilla de granujas!
Josafat – ¡A ver, a ver qué dicen ahora delante del rabino, ladrones, sinvergüenzas, bandoleros!
Abiel – ¡Vamos, de prisa, que el que la hace la tiene que pagar!

Aunque la sinagoga tenía las puertas bastante amplias, muchos vecinos se colaron a saltos por las ventanas. No querían perderse nada de aquella trifulca. Medio Cafarnaum estaba allí. El rabino, impaciente, se movía de un lado a otro, sin levantar los ojos para mirarnos.

Abiel – Rabino Eliab, estos hombres que ves aquí han alborotado al pueblo para que vaya a robar trigo en la finca de don Eliazín.
Josafat – ¡Han entrado por la fuerza en unas tierras que no son suyas!
Abiel – ¡Pero si sólo fueran unos vulgares ladrones, no te los hubiéramos traído! ¡Han robado en el día de descanso! ¡Han profanado la Ley de Moisés!
Rabino – ¿Ajá? ¿Con que esas tenemos? ¿Y se puede saber por qué motivo han hecho eso?
Hombre – ¡Porque tenemos hambre!
Todos – ¡Sí, sí!
Rabino – ¡Silencio! ¡Que hable uno sólo!
Hombre – ¡Hemos perdido la cosecha, rabino! ¡Necesitamos trigo!
Mujer – ¡Nuestros hijos se nos mueren de hambre!
Rabino – ¡Cállense! ¡He dicho que hable uno sólo! ¡A ver, tú, ven acá! ¡Sí, tú mismo!

El rabino agarró por la manga de la túnica a Nito, el hijo de doña Ana, un muchacho bonachón y algo atontado.

Rabino – Responde: ¿tú entraste en la finca de don Eliazín a arrancar trigo?
Nito – ¡Sí, rabino!
Rabino – Esa finca es propiedad de don Eliazín, ¿lo sabías?
Nito – ¡Sí, rabino!
Rabino – Si una finca tiene dueño, lo que está sembrado en ella le pertenece al dueño, ¿lo sabías?
Nito – ¡Quién no sabe eso, rabino!
Rabino – Y si lo sabes, ¿por qué fuiste a arrancar trigo ajeno?
Nito – ¡Porque tengo hambre, rabino!
Rabino – ¡Pero el trigo de Eliazín es de Eliazín!
Nito – Y el hambre mía es mía.
Rabino – Pero, ven acá, zoquete, ¿con qué derecho se meten ustedes en una propiedad que no es suya a apropiarse de lo que no es suyo? ¡Vamos, responde!
Nito – Bueno, porque… Perdone, rabino, ¿cómo dijo usted?
Rabino – Disculpas, disculpas, eso es lo de ustedes. Nadar y esconder la ropa. Primero muy valientes y luego “yo no fui”.
Nito – No, no, yo sí fui, rabino. Yo y todos nosotros nos colamos en la finca para arrancar espigas. ¡Yo arranqué muchas!
Rabino – ¿Ah, sí? ¿Con que reconoces descaradamente que has cogido lo que no es tuyo?
Nito – Pues claro, ¡y ahora cuando salga vuelvo pá allá a seguir cogiendo! ¡Con la falta que me hace!
Mujer – ¡A Eliazín le quedó mucho trigo en sus tierras y nosotros no tenemos nada!
Juan – ¡Dios no puede querer que la gente se muera de hambre mientras otros andan con la panza llena!
Rabino – Pero, ¿qué alboroto es éste? ¡Estamos en la sinagoga! ¡Este es un lugar sagrado! ¡Y hoy es sábado, día santo! ¿Qué pasa aquí?
Abiel – Rabino Eliab, son estos hombres… Este grupito del barrio de los pescadores. Ellos fueron los que revolucionaron a la gente. Y parece que este forastero de Nazaret ha sido el que les ha llenado la cabeza de ideas locas.

Uno de los escribas nos señaló extendiendo su brazo huesudo, con un largo dedo acusador. Después, se quedó mirando fijamente a Jesús, que parecía tranquilo, como si nada estuviera pasando.

Rabino – ¿Qué dices a eso, nazareno? ¿Eres tú el que calentó la cabeza a estos desdichados?
Jesús – Cuando la tripa está fría, la cabeza se calienta sola.
Rabino – Óyeme bien, campesinito engallado, nuestro pueblo tiene unas leyes y esas leyes hay que cumplirlas, ¿me oyes? ¿Qué dice la Ley, eh? ¡No robarás! ¿Has oído?
Jesús – Y el que acapara trigo, ¿no es ladrón también, rabino?
Rabino – La Ley dice: ¡No robarás! ¿Entendido? ¡No ro-ba-rás!
Jesús – ¿Y el que paga jornales de hambre no roba también al jornalero?
Rabino – ¡Basta ya! Tú y todos ustedes son culpables. Han faltado gravemente contra el mandamiento. Y para colmo, lo han hecho en día de sábado. ¿Qué dice la Ley? “Guardarás el sábado para santificarlo. Seis días trabajarás, pero el día séptimo es día de descanso para tu Dios”. Eso dice la Ley. ¿Está claro, no?
Jesús – Pero Dios hizo la ley para el hombre y no al hombre para la ley.
Juan – ¡Bien dicho! ¡Así se habla!
Rabino – ¡Cállate tú, maldito, y habla cuando se te pregunte!
Hombre – Es mejor que te calles, Juan, que esto se está enredando y tú lo vas a poner peor.
Rabino – ¿Qué quieren ustedes? ¿Acabar con todo? ¿Destruir las sagradas leyes que nos dio Moisés?
Jesús – Al contrario, rabino. No queremos destruirlas sino darles su verdadero sentido.

Al rabino se lo llevaban los mil demonios. Pero apretó los puños e hizo un gran esfuerzo para contenerse.

Rabino – Hermanos, no presten oídos a la palabrería de este forastero que ha venido a nuestra ciudad a alborotar y a confundir las mentes de ustedes. Hermanos, lo que han hecho está muy mal hecho. No se puede volver a repetir. Han violado el sábado y el sábado es obra de Dios. Ustedes saben bien que cuando la sombra cubre los muros de la ciudad la víspera del sábado, la ley ordena que se cierren las puertas en todos los pueblos de Israel y no se abran de nuevo hasta que pasa el día santo. El sábado es el día sagrado del descanso. Está prohibido comprar, está prohibido vender, está prohibido caminar más de una milla. Está prohibido acarrear trigo, acarrear vino, acarrear uvas o higos o cualquier otra mercancía. Está prohibido levantar pesos, está prohibido llevar camillas. Está prohibido cocinar, está prohibido…

La ley del sábado era tan pesada, las prohibiciones para el día de descanso eran tantas, que cuando el rabino empezó a hacer aquella interminable lista todos sentimos como si nos pusieran sobre los hombros el yugo de los bueyes. Cuando el rabino Eliab terminó, respiramos aliviados. Entonces, Jesús rompió el silencio.

Jesús – Me gustaría preguntar una cosa a ustedes que son maestros de la Ley: supónganse que tienen una sola oveja y que se les cae en un pozo un sábado. ¿No la sacarían de allí aunque estuviera prohibido? ¿Qué es lo que se puede hacer en día de sábado: el bien o el mal? ¿Salvar la vida o quitarla? ¿Qué les parece a ustedes?

Un murmullo de aprobación salió de las gargantas de todos y empezó a subir como cuando sube la marea.

Mujer – ¡Jesús tiene razón! ¡Él explica las cosas mejor que el rabino!
Abiel – ¿Ve como no adelantamos nada, rabino Eliab? Este hombre es peligroso. Hay que darle un escarmiento a esta gente.

Entonces uno de los escribas, el huesudo, abrió sus brazos como un pájaro que fuera a echar a volar y clavó sus ojos sobre nosotros.

Josafat – ¡Ladrones! ¡Charlatanes! ¡Dios les va a castigar por lo que han hecho en el día de descanso! ¡Ladrones! ¡Dios les va a secar las manos! ¡Esas manos con las que ofendieron a Dios robando van a quedar tiesas! ¡La maldición de Dios vendrá sobre los que no cumplen la Ley! ¡A los ladrones se les secarán las manos!

Los gritos del escriba hicieron temblar la sinagoga y nos hicieron temblar a todos. Entonces, en uno de los rincones, hacia el fondo, se armó un revuelo. Todo el mundo se volvió a mirar lo que pasaba.

Hombre – ¡Oye, rabino, aquí hay uno que ya tiene la mano seca, pero ése no es ladrón!
Asaf – ¡Yo soy un hombre honrado! ¡Yo no estaba metido en ese lío!
Mujer – ¡Esa enfermedad es ya vieja! ¡El escriba está hablando de una maldición para ahora!

Asaf, el frutero, tenía la mano derecha paralizada desde hacía años. Cuando vio que todo el mundo se fijaba en él, quiso esconderse y salir de la sinagoga, pero el escriba huesudo no se lo permitió.

Josafat – ¡Eh, tú, el de la mano seca! ¡No te escondas, ven acá! ¡Ven acá, al centro!

Empujado por todos los que tenía alrededor, Asaf apareció en medio de la sinagoga. Tenía la cara más roja que la túnica.

Josafat – ¿Ven a este hombre? ¿Lo ven bien? ¡Pues Dios secará del mismo modo las manos de los que han robado las espigas que no eran suyas! ¡La maldición de Dios sobre ustedes!

La voz del escriba retumbó como un trueno. Después se hizo el silencio. Todos esperábamos que un rayo rompiera el techo de la sinagoga y nos fulminara con fuego las manos. Pero lo que oímos fue la voz de Jesús.

Jesús – Es sábado, doctor Josafat: también está prohibido maldecir en sábado. No pidas la maldición de Dios. Dios no hace el mal nunca, ni el sábado ni ninguno de los días de la semana. Dices que conoces muy bien las Escrituras, pero te equivocas. Dios no ha puesto las leyes para que pesen sobre nosotros y nos aplasten. Dios quiere que los hombres y las mujeres seamos libres y que no seamos esclavos de las leyes. No, Dios no va a secar nuestras manos. Al contrario, las va a liberar para seguir luchando y trabajando, así como libera la mano de este hombre. Asaf, ¡extiende tu mano!

Asaf, el frutero, extendió el brazo y empezó a moverlo. ¡Qué alboroto se armó! Todos nos abalanzamos sobre él para tocarle la mano y comprobar si lo que hablamos visto era verdad.

Mujer – ¡Bendito sea Dios! ¡Hoy hemos visto lo nunca visto!
Hombre – ¡Si esto no es el fin del mundo, es la víspera!

El rabino, encolerizado, rompió a gritar sobre la tarima…

Rabino – ¡Fuera de la sinagoga! ¡Han profanado el templo de Dios! ¡Fuera de aquí, fuera!

Ni los escribas ni el rabino consiguieron echarnos de la sinagoga. Éramos muchos y el revuelo era tan grande que ni a empujones podían sacarnos. La buena noticia de la curación de Asaf corrió por el valle de Galilea como corre el viento entre los árboles. Y desde aquel día, los maestros de la Ley empezaron a preguntarse qué podían hacer contra Jesús.

Mateo 12,9-14; Marcos 3,1-6; Lucas 6,6-11.

Notas

* El rabino no era un sacerdote, sino una especie de catequista. En la comunidad constituía la autoridad religiosa. En la sinagoga, presidía el culto de los sábados. La sinagoga también servía como tribunal donde juzgar las acciones violatorias de la ley del sábado, día de estricto descanso.

* Los escribas fueron inicialmente quienes ordenaban y copiaban las Escrituras santas, por lo que tenían gran autoridad como doctores o teólogos. Su misión era interpretar las leyes y vigilar su cumplimiento. En tiempos de Jesús estaban muy identificados con los fariseos.

* La ley del sábado la remontaban los israelitas, más allá de Moisés, al mismo designio del Dios creador. Según la tradición de este pueblo, Dios creó al hombre en el día sexto. Y después descansó, estableciendo el día séptimo como día de reposo. Generaciones de rabinos y doctores de la Ley habían hecho del sábado un yugo insoportable. La tradición sobre el sábado había llegado a ser en extremo minuciosa, especificándose en detalle todo lo que se podía y lo que no se podía hacer en las horas de ese día. Hubo un famoso debate entre los fariseos que discutían si estaba permitido o no comer el huevo puesto por una gallina en sábado. En tiempos de Jesús los fariseos habían catalogado 39 trabajos estrictamente prohibidos en ese día. Sólo el salvar la vida en un caso extremo liberaba del cumplimiento del precepto. Jesús violó en varias ocasiones esta ley, la principal de su tiempo.