55- OJO POR OJO, DIENTE POR DIENTE

Los zelotes toman venganza por la muerte de Juan. Los romanos responden con extrema crueldad. Jesús pone la otra mejilla.

Toda Jerusalén se estremeció al saber la muerte de Juan, el profeta del desierto, degollado como un cordero de pascua en la cárcel de Maqueronte. Muchos lo lloraban como el que llora a un padre, como si hubieran quedado huérfanos. La noticia corrió de puerta en puerta. Poncio Pilato, el gobernador romano, ordenó redoblar la vigilancia en las calles de la ciudad para impedir cualquier revuelta popular. Pero los zelotes no se acobardaron por esto.

Zelote – Compañeros, la sangre del hijo de Zacarías tiene que ser vengada. Herodes le cortó la cabeza a Juan. ¡Que caigan las cabezas de los herodianos!

Los revolucionarios zelotes escondieron los puñales bajo las túnicas. Y fueron de noche al barrio de los plateros, cerca de la torre del Ángulo, donde Herodes Antipas tenía su palacio y donde vivían los herodianos, partidarios del rey de Galilea.

Herodiano – ¡Agghhh!
Zelote – Uno menos. Vamos, de prisa.

Al día siguiente, amanecieron las cabezas de cuatro herodianos balanceándose entre los arcos del acueducto.

Mujer – ¡Maldición! ¡Ahora degollarán a nuestros hijos!
Vieja – Que Dios ampare a mi comadre Rut. Tiene a su muchacho preso en la Torre Antonia.

La represalia de los romanos, instigados por los cortesanos del rey Herodes, no se hizo esperar. A primera hora de la tarde, cuando el sol hacía hervir la tierra y ondeaban las banderas amarillas y negras en la Torre Antonia, diez jóvenes israelitas simpatizantes de los zelotes fueron llevados a crucificar a la Calavera, la macabra colina donde se ajusticiaba a los presos políticos.

Hombre – ¡Malditos romanos! ¡Algún día las pagarán todas juntas!
Vecino – Cállate, imbécil, si no quieres que te claven las manos como a esos desdichados…

Delante de los diez condenados a muerte, un pregonero gritaba ahuecando las manos junto a la boca para que todos oyeran y escarmentaran.

Soldado – ¡Así terminan todos los que se rebelan contra Roma! ¡Así terminarán sus hijos si siguen conspirando contra el águila imperial! ¡Viva el César y mueran los rebeldes!
Hombre – ¡Algún día las pagarán, hijos de perra, algún día!

Los diez crucificados quedaron agonizando toda aquella noche. Sus gritos desesperados y sus maldiciones se oían desde los muros de la ciudad. Las madres de los ajusticiados se arrancaban los pelos y se arañaban la cara junto a las cruces, pidiendo clemencia para sus hijos, sin poder hacer nada por ellos. Jerusalén no pudo dormir aquella noche.

Zelote – Escucha, Simón. Nos reuniremos en casa de Marcos cuando oscurezca. ¿De acuerdo? Avísale a Jesús, el de Nazaret, y a los de su grupo. Que no lleguen todos juntos para no despertar sospechas. Date prisa.

Judas, el de Kariot, y Simón, el pecoso, que tenían contactos con los zelotes de la capital, nos trajeron el mensaje. El grupo de Barrabás tenía un plan y querían saber si contaban con nosotros.

Jesús – ¿Qué te pasa, Felipe? ¿Tienes miedo?
Felipe – Miedo no. Tengo terror… Uff… ¿Quién me habrá mandado a mí venir a esta ciudad?
Jesús – El que no se arriesga, nunca hace nada, cabezón. Ea, compañeros, vamos allá a ver qué quieren de nosotros.

Cuando el sol se escondió detrás del monte Sión, salimos de dos en dos y fuimos llegando, por distintas callejas, a la casa de Marcos, el amigo de Pedro, también simpatizante del movimiento, que vivía cerca de la Puerta del Valle. Todas las lámparas estaban apagadas para no llamar la atención de los soldados que patrullaban sin descanso hasta el último rincón de la ciudad. Los saludos fueron en silencio. Después, nos sentamos sobre el suelo de tierra y así, entre sombras, Barrabás, el dirigente zelote, empezó a hablar.

Barrabás – Cabeza por cabeza, compañeros. Herodes degolló al profeta Juan en Maqueronte y nosotros vengamos su sangre con las cabezas de cuatro traidores. Todavía no hemos limpiado los puñales y ya tenemos que volverlos a usar. Han crucificado a diez de nuestros mejores hombres.
Zelote – ¡Que su sangre caiga sobre la cabeza de Poncio Pilato! ¡La maldición de Dios para él y para Herodes Antipas!
Barrabás – Pilato piensa que va a asustarnos con eso. ¡Pues tendrá que cortar toda la madera de los bosques de Fenicia para prepararles cruces a todos los hombres de Israel! ¡A todos nosotros, cuando llegue el momento!

Barrabás tenía experiencia de cárcel. Dos veces lo habían atrapado los romanos y dos veces había logrado escapar, cuando estaba a punto de perder el pellejo. Todavía lo andaban buscando por Perea.

Barrabás – Entonces, ¿qué, galileos? ¿Podemos contar con ustedes?
Felipe – ¿Contar para qué?
Barrabás – ¡Para qué va a ser! Para quitar de en medio a una docena de romanos y a otros tantos judíos traidores. No podemos permitir que esos esbirros nos saquen ventaja. Bueno, ¿qué dicen? ¿Contamos con ustedes, sí o no?
Jesús – Y luego, ¿qué?
Barrabás – ¿Cómo dices, nazareno?
Jesús – Digo que ¿y luego qué?

La pregunta de Jesús nos extrañó un poco a todos…

Jesús – No sé, Barrabás… Te oigo hablar y me acuerdo del pastor cuando está arriba en la montaña, y tira una piedra, y esa piedra rueda y empuja a otra piedra, y las dos empujan a otras dos, y a cuatro, y a diez… y, al final, no hay quien pueda detener la avalancha. La violencia de la que hablas es peligrosa, es como una piedra arrojada en la cumbre de una montaña.
Barrabás – No vengas ahora con historias, Jesús. La violencia la están haciendo ellos, ¿no lo comprendes?
Jesús – Claro que lo comprendo. Sí, ellos son los que golpean, los que destruyen, los que siembran la muerte. Pero nosotros no podemos contagiarnos de su fiebre de sangre. El colmo sería que también lograran hacernos a su imagen, gente que sólo sabe de venganza.
Zelote – Está bien, pero, ¿qué quieres entonces? ¿Que nos crucemos de brazos?
Jesús – El que se cruza de brazos también le hace el juego a ellos. No, Moisés no se cruzó de brazos ante el faraón.
Barrabás – Moisés dijo: ojo por ojo, diente por diente.
Jesús – Sí, Barrabás… pero ¿qué ojos y qué dientes? ¿Los de los cuatro herodianos que ustedes degollaron ayer? ¿Quiénes eran esos hombres, dime? ¿Fueron ellos los que asesinaron al profeta Juan? ¿Eran ellos los culpables de toda esta injusticia en que vivimos? ¿O a lo mejor eran unos pobres diablos, igual que tú y que yo, de ésos que los grandes llevan y traen y echan a pelear contra nosotros?
Barrabás – Maldita sea, pero ¿cómo puedes hablar así? Tú, precisamente tú. ¿Es que ya no te acuerdas cómo murió tu padre, José?
Jesús – Por eso mismo hablo, Barrabás, porque sufrí en carne propia el dolor de ver a mi padre apaleado como un perro por haber escondido a unos paisanos cuando el lío de Séforis. He sentido también en mi carne el deseo de la venganza. Pero no. Ahora pienso que ese camino no lleva a ninguna parte.
Zelote – ¿Y qué otro camino hay, nazareno? Nuestro país necesita encontrar una salida. Y la única salida pasa por el filo del puñal.
Jesús – ¿Estás seguro? No sé, ustedes los del movimiento quieren la rebelión del pueblo. Pero yo lo que veo es que la gente todavía está demasiado resignada. Aún tenemos muchas vendas sobre los ojos. ¿No será necesario trabajar primero para que los ciegos puedan ver y los sordos escuchen? ¿Qué ganamos con revanchas de sangre si el pueblo no entiende lo que está pasando?
Barrabás – Nosotros somos los guías del pueblo. La gente va a donde la llevan.
Jesús – ¿Y no te parece que eso no sería más que cambiar de yugo? Es el pueblo el que tiene que levantarse sobre sus pies y aprender a andar su propio camino. La salida habrá que hallarla entre todos, la salida verdadera, la única que nos hará libres.
Barrabás – Tus palabras son las de un soñador. Pero Dios no sueña tanto como tú. Es Dios el que pide venganza. En el nombre de Dios acabaremos con nuestros enemigos.
Jesús – Tú degüellas a los herodianos en el nombre de Dios. Y los herodianos nos crucifican a nosotros en el nombre de ese mismo Dios. ¿Cuántos dioses hay entonces, dime?
Barrabás – Hay uno solo, Jesús. El Dios de los pobres. Si estás con Dios, estás con los pobres. Si estás con los pobres, estás con Dios.
Jesús – Tienes razón, Barrabás. Yo también creo en el Dios de los pobres. El que liberó a nuestros antepasados de la esclavitud en Egipto. Es el único Dios que existe. Los demás son ídolos que se inventan los faraones para seguir abusando de sus esclavos. Pero…
Barrabás – Pero, ¿qué?

La luz mortecina de la luna se colaba por las rendijas de la casa y dejaba ver, en penumbras, los rostros severos de los dirigentes zelotes.

Barrabás – Pero, ¿qué?
Jesús – Que hay que amarlos a ellos también.
Zelote – ¿Amarlos?… ¿A quién?
Jesús – A los romanos. A los herodianos. A nuestros enemigos.
Barrabás – ¿Es un chiste o… o no te hemos entendido bien?
Jesús – Escúchenme. Y perdónenme si no me sé explicar. Pero yo pienso que Dios hace salir todos los días el mismo sol sobre los buenos y sobre los malos. Nosotros, los que creemos en el Dios de los pobres, tenemos que parecernos un poco a él. No podemos caer en la trampa del odio.
Barrabás – En esta oscuridad apenas te veo la cara, nazareno. No sé si eres tú mismo el que me habla, ése que dicen que es el profeta de la justicia, o si es un loco que se está haciendo pasar por él.
Jesús – Mira, Barrabás. Si luchamos por la justicia tendremos enemigos, eso ya se sabe. Y habrá que combatirlos, despojarlos de sus riquezas y de su poder como hicieron nuestros abuelos al salir de Egipto. Sí, tendremos enemigos, pero no podemos hacer como ellos, no podemos dejarnos llevar por el afán de revancha.
Barrabás – Acabemos de una vez. Todo eso son cuentos para dormir a los niños. Dime si estás dispuesto a matar.
Jesús – ¿A matar? Yo no, Barrabás.
Zelote – Entonces te matarán a ti, imbécil. Y lo habrás perdido todo.
Jesús – ¿Cuándo se gana? ¿Cuándo se pierde? ¿Lo sabes tú?
Barrabás – Al diablo contigo, Jesús de Nazaret. Estás loco, completamente loco. O a lo mejor eres un vulgar cobarde, no lo sé. Y ustedes, ¿qué? ¿Piensan igual que él, están tan locos como él?

Pedro iba a tomar la palabra para responder, pero en ese momento se nos heló la sangre a todos.

Zelote – ¡Los soldados! ¡Vienen los soldados!
Barrabás – ¡Los guardias de Pilato! Nos han descubierto.
Zelote – Maldición. Estamos perdidos.
Barrabás – De prisa. Huyan por el patio…
Jesús – Pedro, váyanse ustedes por aquella puerta.
Pedro – ¿Y tú, Jesús?
Jesús – Déjame a mí. Yo aguantaré a los soldados hasta que ustedes estén lejos de aquí.
Pedro – Estás loco, Jesús, te matarán.
Jesús – Vete, vete pronto…
Pedro – Pero, ¿qué vas a hacer?
Jesús – Lo mismo que hizo David con los filisteos…

Los soldados aporreaban ya la puerta…

Soldado – Eh, ¿quién anda ahí? ¡Abran!

Los de Barrabás saltaron con agilidad las tapias que daban a la otra calle. Nosotros nos escurrimos por el patio de la casa de Marcos y desaparecimos entre las sombras. Jesús se quedó solo. Cuando abrió la puerta, temblaba de miedo.

Soldado – ¿Qué pasa aquí que se oye tanto ruido?
Jesús – ¡Agu, agu, agu! ¡Ja, ja, ja… je, je!
Soldado – ¿Quién es este tipo? Oye, ¿qué haces tú aquí?
Jesús – ¡Abajo los soldados, arriba los capitanes, abajo los centuriones, arriba los generales! ¡Ja, ja, ja!

Jesús tamborileaba con los dedos sobre el marco de la puerta y miraba a los soldados con una sonrisa estúpida, dejando caer la saliva sobre la barba y palmoteando…

Soldado – ¿No te da vergüenza? ¡Tan grande y tan imbécil! ¡Toma, para que aprendas!
Jesús – ¡Dame, dame en la otra mejilla que si no me caigo! ¡Ja, ja!
Soldado – Este hombre es un loco, un seso hueco. ¡Como si no tuviéramos ya bastantes en Jerusalén! ¡Ea, vámonos de aquí!

Los soldados dieron media vuelta. Jesús respiró aliviado y cerró la puerta…

Jesús – ¡Ja, ja, je, je! Uff… De la que nos libramos…

Aún era noche cerrada cuando nos volvimos a encontrar todos los del grupo en la taberna de Lázaro, allá en Betania. Y cuando los gallos cantaron, todavía estábamos conversando, quitándonos la palabra unos a otros. El rey David se hizo el tonto para salvar el pellejo. Y el moreno, con el mismo truco, nos lo salvó a todos aquel día. Sí, a veces la astucia sirve más que el filo del puñal.

Mateo 5,38-48; Lucas 6,27-36.

 Notas

* Aunque los zelotes tenían su centro de actividad en tierras galileas, región donde había nacido el movimiento, actuaban también en Jerusalén. Las peregrinaciones durante las fiestas les servían para establecer enlaces en la capital y tenían allí grupos de simpatizantes que seguían sus consignas. Entre los revolucionarios influidos por el zelotismo era muy conocido el grupo de los sicarios, que iban siempre armados de puñales, y que veían facilitados sus atentados en los tumultos propios de las fiestas. Zelotes y sicarios practicaban secuestros de personajes importantes, asaltaban las haciendas y las casas de los ricos y saqueaban arsenales romanos. Entendían su lucha como una auténtica “guerra santa”. El Dios celoso que no tolera otros dioses el dinero, el emperador, la ley injusta les daba su nombre: celosos, zelotes. El castigo para todos estos delitos de tipo político contra el imperio romano era la muerte en cruz.

* Barrabás, nombre arameo que significa “hijo de padre”, aparece en los evangelios únicamente en los relatos de la pasión, como un delincuente político que durante una revuelta había matado a un soldado romano. Pudo ser uno de los líderes zelotes de mayor importancia en Jerusalén. Siendo el movimiento zelote un movimiento popular, nada de extraño tiene que Barrabás buscara relacionarse con Jesús y con su grupo.

* La llamada “ley del talión” (Éxodo 21, 23-25), que establecía el “ojo por ojo y diente por diente”, no era una ley de venganza. El mundo de hace cuatro mil años era un mundo sanguinario, con pueblos que se imponían unos sobre otros nunca por el derecho, siempre por la fuerza. Al establecer un castigo exactamente igual a la ofensa, el objetivo de esta ley era poner límite a la venganza y frenar la escalada de violencia.

* Jesús de Nazaret no fue un zelote. Los zelotes eran intolerantemente nacionalistas. Querían la liberación de Israel del yugo romano, pero no iban más allá. Jesús fue un patriota, pero su proyecto no admitía fronteras ni discriminaciones. Los zelotes eran profundamente religiosos, pero su Dios era un Dios exclusivo de Israel, “el pueblo elegido”. Según ellos, al inaugurar su reino Dios tomaría venganza de las naciones paganas. Jesús nunca habló de un Dios excluyente o revanchista. Los zelotes eran ardientes defensores del cumplimiento estricto de la ley, punto en el que Jesús se diferenció de ellos por su total libertad ante leyes y autoridades, aunque éstas fueran judías. Sin embargo, Jesús se relacionó con los zelotes y algunos de sus discípulos fueron con toda probabilidad zelotes. Muchas de las reivindicaciones sociales de este grupo las compartió Jesús y en el común y ardiente deseo de que llegara el reino de la justicia, usaron incluso expresiones parecidas.

* En cuanto a las tácticas violentas de los zelotes, Jesús también se diferenció de ellos, aunque resulta simplista afirmar que Jesús fue un no violento o que el evangelio condena la violencia venga de donde venga. Las palabras de Jesús al enfrentarse con las autoridades fueron violentas. Jesús usó la violencia en algunos momentos, especialmente en el acto masivo que protagonizó en la explanada del Templo de Jerusalén pocos días antes de ser asesinado. Sin embargo, él no mató sino que fue matado. No instigó nunca a los suyos a la violencia ni usó la resistencia armada para salvar su vida, cuando seguramente pudo hacerlo. Y uno de sus mensajes más originales fue el del amor a los enemigos, que no significa no tenerlos, sino ser capaz de perdonarlos, de no responder con odio al odio, con violencia a la violencia.

* En la época de Jesús y en aquella coyuntura histórica concreta de Israel, la violencia propugnada por el zelotismo no tenía ninguna salida, estaba llamada al fracaso y era continuo pretexto para que los romanos desencadenaran su poderosísimo aparato de represión contra el pueblo, tal como ocurrió en el año 70 después de Jesús, cuando Roma arrasó Jerusalén en la guerra contra la insurrección de los zelotes.

* Al poner la otra mejilla, Jesús actuó como el rey David en tierra de filisteos, cuando escapó de los que le perseguían (1 Samuel 21, 11-16). La actitud no violenta no es pasividad o resignación, sino una forma de astucia en busca de resultados más eficaces.