60- DE DOS EN DOS

Los del grupo van por toda Galilea anunciando el Reino de Dios. A su regreso, cuentan las anécdotas que vivieron.

Pedro – ¡Pues entonces, dicho y hecho: a desparramarnos por toda Galilea como las hormigas después del aguacero!

Fue en aquellos primeros días del verano, cuando decidimos salir de Cafarnaum y viajar a las otras ciudades de nuestra provincia para anunciar en ellas el Reino de Dios. Entonces, éramos un puñadito de nada, pero Jesús decía siempre que basta un poco de sal para dar sabor a todo el guiso. Y que una lamparita puesta sobre la mesa, puede iluminar toda la casa.

Felipe – Un momento, aventureros. Dejen el jolgorio y díganme lo que yo tengo que decir. Que yo sé pregonar peines y escobas, pero esto de echar un discurso divino… bueno, la verdad…
Jesús – Escucha, Felipe: la cosa es muy sencilla. Además, no hay que hablar mucho. Lo que tenemos que hacer es reunir a la gente y enseñarles a poner en común lo que tienen, como hicimos cuando los panes y los peces, ¿te acuerdas?
Felipe – Sí, pero… ¿y si no quieren meterse en el asunto?
Pedro – Pues sacudes el polvo de las sandalias y te vas con la música a otra parte. A la gente no se le puede forzar a compartir si no quieren.
Tomás – Eso digo yo, que en el Reino de-de Dios na-nadie entra a empu-pu-pujones.
Felipe – No, si los empujones nos los van a dar los guardias cuando nos vean juntando paisanos y revolucionando.
Mateo – No te preocupes por eso, Felipe. Ya te llevaremos la sopa a la cárcel.
Santiago – Y si un viejo usurero nos corta el gañote, ¡derechitos al seno de Abraham!
Jesús – Bueno, ya estamos listos. Santiago y Andrés irán a Betsaida. Tomás y Mateo a Corozaim. Felipe y Natanael, a Magdala.
Felipe – ¡A morir juntos!
Jesús – Juan y Pedro a Tiberíades. Simón y Judas a Séforis. Jacobo y Tadeo a Naím.
Santiago – Entonces, ¿cuándo salimos?
Jesús – ¡El primer día de la semana, que cada chivo tire para su monte!
Mateo – ¿Y cuándo nos volvemos a encontrar?
Jesús – Pues… dentro de una luna, todos aquí en Cafarnaum. ¿De acuerdo?

Y fuimos de dos en dos por los pueblos de los alrededores. La verdad es que en aquellos tiempos cada uno de nosotros se imaginaba el Reino de Dios a su manera. Ninguno teníamos las ideas claras y a todos nos temblaban un poco las rodillas. Pero unos a otros nos dimos ánimo para ir a anunciar la buena noticia entre nuestros paisanos.

Cuando pasó una luna, tal como habíamos acordado, regresamos todos a Cafarnaum y nos reunimos, como siempre, en casa de Pedro y Rufina.

Pedro – ¡Ea, camaradas, sírvanse vino, que gracias a Dios todos hemos vuelto y todos tenemos todavía los huesos en su sitio!
Santiago – ¡Y bien que lo digas, tirapiedras! Después de estas escaramuzas, ya nos conocen las barbas a todos los del grupo. Por lo menos, al flaco y a mí nos tienen más fichados que David a Betsabé. Ha sido un milagro poder escapar de por allá.
Pedro – ¡Pues arriba las jarras, que esto hay que celebrarlo! Eh, Mateo… ¿y a ti, qué te pasa?
Mateo – No me pasa nada.
Pedro – ¿Y por qué no brindas con todos? ¿No quieres vino?
Mateo – Si me echo un trago, no paro hasta beberme el barril entero. Me conozco bien.
Santiago – ¿Y eso, Mateo? ¿Después del viaje, nuevo traje? ¿Qué te ha pasado?
Tomás – Ha sido que-que un día está-ta-tabamos…
Mateo – Basta, Tomás. Ha sido que me ha dado la gana de no beber más. Antes me daba la gana de beber y ahora me pasa lo contrario. Eso es.
Tomás – No, lo que-que pasó fue que le dijeron: zapa-patero, remienda pri-primero tus zapa-patos. Imagínense, que un día estábamos en Tiberíades, en la esquina de la plaza. Y este Mate-te-teo hablando de que-que-que tenemos que-que-que unirnos y con-convertirnos.

Hombre – ¡Tú no sabes lo que dices! ¡Estás más borracho que Noé junto a la parra!
Viejo – ¡Cuando eches todo el vino que tienes en la tripa, entonces te escucharemos, condenado! ¡Vámonos, compañeros, que éste no sabe ni dónde tiene puesto el bigote!

Mateo – Eso fue un día. Y otro. ¡Vaya entrometidos! Me hartaron, ¿saben?
Tomás – Pe-pe-pero tenían razón, Mateo. Pa-pa-para que las cosas cambien, hay que empezar por barrer la propia casa.
Jesús – Así que ya no bebes, Mateo.
Mateo – Bueno, la verdad es que muchos días no me aguanto y… Pero, otros días me agarro bien las dos manos cuando se me van detrás del vino, qué caramba. Pocos días todavía, pero… algo es algo. ¿O no?
Pedro – ¡Pues este otro trago por Mateo, que ya dejó los tragos!
Mateo – ¡Bah, al diablo con todos!
Jesús – Bueno, ¿y cuál fue el lío en que se metieron el flaco y tú, Santiago? Vamos, cuéntanos lo que pasó.
Santiago – ¡Ja! Di mejor, lo que no pasó. Ustedes conocen Betsaida. Allí está Onésimo, que se cree el faraón de Egipto, porque es el dueño de las barcas. Pero los pescadores no son bobos y abren los ojos enseguida.

Santiago – Escuchen, paisanos. Mi abuelo siempre me repetía aquel dicho de los sabios: la cuerda de tres hilos es más dura de romper.
Pescador – Explícate mejor, compañero.
Santiago – Eso quiere decir que cuando un infeliz reclama su derecho, si va solo, lo parten como un pelo de cabra. Pero si en vez de ser uno son tres, ya es más difícil. Y si son treinta, pues mejor. ¿Comprenden? Lo que hay que hacer es trenzar una cuerda gruesa, entre todos.
Pescador – Este pelirrojo tiene razón. Los de arriba nos sacan ventaja en todo. Pero nosotros somos más que ellos. Y ahí está nuestra fuerza.
Vecino – Lo que pasa es que estamos deshilachados, cada uno mirando para lo suyo.
Santiago – Pues Dios lo que quiere es que miremos todos para el mismo lado. Donde hay un grupo que empuja unido, Dios también arrima el hombro. Eso es lo que hemos hecho nosotros en Cafarnaum.
Pescador – Pero por allá las cosas son más fáciles. Ustedes se han organizado bien y se defienden unos a otros. Aquí es el viejo Onésimo el que lo controla todo.
Vecino – Las barcas son de Onésimo, las redes son de Onésimo, toda la ganancia es de Onésimo. Y nosotros, nada. Nuestros brazos, eso es lo único que tenemos.
Santiago – Bueno, ¿y qué? ¿Qué más necesitan? Abran bien las entendederas, amigos: si no fuera por los brazos de ustedes, las barcas no se moverían ni las redes se podrían echar al agua, ¿no es cierto? Y Onésimo no ganaría ni un céntimo.
Pescador – Sí, claro, pero… pero ¿qué podemos hacer con nuestros brazos?
Santiago – Cruzarlos. Eso. Cruzarlos y decirle a ese chupasangre que aquí no se moverá un remo ni se tirará la red grande ni el anzuelo hasta que los jornales no suban a dos denarios.

Santiago – Y así fue. Al día siguiente, el embarcadero de Betsaida parecía un velatorio de muerto: todos en silencio con los brazos cruzados. Onésimo, el patrón, echaba espuma por la boca…

Patrón – ¡Dos denarios! ¡Dos denarios! ¿Están locos? ¿Quién les está calentando la cabeza a ustedes, eh? Sí, ya lo sé, ese pelirrojo de Cafarnaum y el otro flaco. Y es un tal Jesús el que anda detrás de todo esto. ¡Malditos agitadores! ¡Les voy a cortar la lengua a los dos! ¡Se la voy a cortar!

Santiago – Y miren, compañeros… Aaaah… ¡Enterita! Pero, ¿saben lo mejor? ¡Que ganamos la batalla! ¡El sinvergüenza de Onésimo ha tenido que subir los jornales! Y la cosa prendió como chispa en hierba seca. Nos dijeron que los pescadores de Genesaret están en lo mismo, ¡con los brazos cruzados y pidiendo dos denarios!
Jesús – ¡Pues otro brindis por Santiago y por Andrés que han sabido trabajar por la justicia y ya tienen sus nombres escritos en el cielo!
Mateo – ¡Y también escritos en el cuartel de policía de Betsaida!
Pedro – Bueno, Felipe, cuenta tú ahora. A ver, ¿qué hicieron Natanael y tú por Magdala? ¿Qué tal les fue por allá?
Felipe – Mal. Sí, mal y tan mal, porque el enemigo de ustedes fue ese granuja de Onésimo. Pero el de nosotros fue el mismísimo Dios. ¿Y quién puede contra él?
Jesús – ¿Cómo que el enemigo fue Dios?
Felipe – Bueno, Dios no, sino esas ideas raras que la gente se hace de Dios y que son más difíciles de raspar que la sarna. Verán, resulta que cuando llegamos a la ciudad…

Felipe – ¡Aquí todos, aquí! ¡Paisanos, escuchen! Hoy no vengo a vender nada. Fíjense, hasta el carretón lo he dejado en casa. Verán, sucede que este calvo y yo les traemos una buena noticia.
Mujer – ¡Pues suéltala pronto a ver si sale mejor que los coloretes que te compré la otra semana!
Felipe – ¡Amigos, atiendan bien! Destúpanse las orejas. Bueno, una sola, para que lo que voy a decir no se les salga por la otra… ¡Hoy ha llegado a esta ciudad de Magdala el Reino de Dios! ¡Sí, sí, como suena, el Reino de Dios!
Vieja – ¡Mira, cabezón, déjate de historias, que aquí lo único que ha llegado es el reino de los gusanos!
Felipe – ¿Cómo fue que dijiste?
Mujer – Lo mismito que oíste. Que todas las huertas de Magdala están llenas de gusanos. Los tomates, las berenjenas… todo repleto de gusanos. ¡Un castigo de Dios, su santa cólera! ¡Y lo peor es que si a Dios no se le enfría la sangre, hasta mis melones se van a dañar porque los gusanos ya van caminando hacia allá!
Felipe – Pero, ¿de qué me estás hablando, mujer ignorante? ¿Qué tiene que ver Dios con tus melones?
Mujer – ¿Cómo que qué tiene que ver? ¡Anda y pregúntale al rabino a ver lo que te dice! ¡Este gusanaje es un castigo del cielo por los muchos pecados de esta ciudad pervertida!
Vieja – ¡Y dígalo alto, vecina, que Dios debe andar más furioso que cuando lo de Sodoma! Porque aquí el demonio anda suelto. Aquí sólo hay tabernas y borracheras y prójimas que te guiñan el ojo en todas las esquinas. Por eso es que Dios se ha tomado su venganza.
Mujer – Y bien merecida que la tenemos, ¿no te parece, forastero?
Felipe – Ejem… Bueno, yo creo que… que Dios no es tan terrible como lo pintan ustedes.
Mujer – Dios nos ha mandado esta desgracia y ya debe estar preparando otras peores.
Felipe – No, mujer, no digas eso. Dios es una buena persona y no le gusta andar molestando a la gente.
Mujer – ¿No lo dije yo? ¡Primero gusanos… y ahora charlatanes!

Felipe – Ni la corneta valió para calmarlos. Ahí estaban todos, empecinados con ese Dios castigador. Uff… Mira, ¿sabes lo que te digo, Jesús? Que si muchas cosas tienen que cambiar, una de las primeritas es esa idea estrafalaria que la gente se hace de Dios.
Pedro – La misma idea que teníamos nosotros antes, Felipe. ¿O ya no te acuerdas? Hace unos meses tú y yo también veíamos a Dios así, como un verdugo con el hacha levantada. Y ahora, ya se acabó esa historia. Ahora lo vemos como… como un padre.
Felipe – Pero, Pedro, es que tú no conoces a esos magdalenos. Tienen la cabeza más dura que un pedrusco. Por más que les explicamos…
Mateo – Bueno, pero dicen que tanto da la gota de agua en la piedra hasta que le hace un agujero. Yo hablo por experiencia.
Jesús – Bien dicho, Mateo. Todos nosotros empezamos así y, poco a poco, Dios nos fue ablandando el seso.
Felipe – Ojalá, moreno, pero la verdad es que son muy bellacos.
Jesús – Pero tienen a Dios de su parte, ¡qué caramba! Y eso es lo que más importa. ¡Yo brindo por Dios nuestro Padre que ha querido darse a conocer a los humildes y esconderse a los orgullosos! Sí, Felipe, fíjate en nosotros trece: tampoco entre nosotros hay ninguno que sea un sabio ni un gran señor. No. Y es que el Reino de Dios crece desde abajo, como los árboles.
Felipe – Bueno, Nata, entonces, prepárate, habrá que volver a visitar a los paisanos de Magdala. ¡Y a sus gusanitos!
Jesús – Así mismo, Felipe. Que esto no es cosa de un día. Mira, ¿por qué fuimos de dos en dos, como los bueyes cuando tiran del arado? Porque el yugo no se puede llevar solo, sino con otro. Uno solo se cansa y se desanima. Pero con un compañero, la carga va más ligera. Todavía tenemos mucho terreno por delante.
Santiago – Pero ahora es el buen tiempo y hay que aprovecharlo. Trabajo no falta. Por todas partes los pobres están levantando la cabeza y afincando las rodillas. ¡Y es que se huelen que el día de la liberación ha llegado ya!
Jesús – Muchos profetas quisieron ver ese día y no lo alcanzaron a ver. Y muchos quisieron oír estas cosas y no las oyeron.
Pedro – ¡Y muchos quisieron probar la sopa de Rufina y no pudieron porque ella se la tenía guardada para ustedes! ¡Sí, señor, una sopa con dos dedos de manteca que le devuelve la vida a un muerto! ¡Eh, Rufi, mujer, saca ya el caldero que vamos a celebrar el regreso de este grupo de chiflados!

Aquel verano fuimos de pueblo en pueblo por toda Galilea, y el Reino de Dios que habíamos recibido de gratis, también de gratis lo anunciábamos a nuestros hermanos.

Mateo 10,5-15 y 11,25-27; Marcos 6,7-13; Lucas 9,1-6 y 10,17-24.

 Notas

* La costumbre de enviar de dos en dos a los mensajeros estaba muy extendida en Israel. Los mensajeros portadores de una noticia o los que llevaban una misión de ayuda o de investigación viajaban generalmente en pareja. Por dos razones: la protección, pues los viajes eran largos y podían surgir muchos peligros; y el cumplimiento de lo establecido en el libro del Deuteronomio, que en un principio sólo se aplicó a procesos judiciales, pero que después se extendió a otros campos (Deuteronomio 17, 6 y 19, 15). Según esta ley, sólo se consideraba digna de crédito la declaración de dos testigos y aunque de ellos sólo hablara uno, el otro debía estar presente, a su lado, para confirmar su testimonio y así darle validez.

* Jesús brindó por Dios. La acción de gracias ocupó un puesto muy importante dentro de la oración de Jesús. Los sabios de Israel decían que en el mundo futuro sólo quedaría la acción de gracias. Ya no sería necesario pedir perdón ni suplicar favores ni confesar pecados y delante de Dios sólo tendríamos una oración de gratitud.