99- LA VIÑA DEL SEÑOR

Jesús cuenta la parábola de Miguel, dueño de una viña, y los jornaleros homicidas. Y se la dedica a los jefes de Israel.

Al llegar la primavera, Jerusalén abría sus doce puertas a miles y miles de israelitas venidos desde las cuatro puntas del país. Todos querían cobijarse dentro de sus muros para celebrar la gran fiesta de la Pascua. Con las caravanas de peregrinos venían también los baratilleros empujando sus carretones, las vendedoras de pasteles con sus cestos en la cabeza, los maestros ambulantes, las prostitutas de los pueblos vecinos, los beduinos expertos en comprar y vender ovejas, los mendigos expertos en pedir limosna y los viejos tañedores de cítara que se sentaban en las esquinas de las calles para entonar las canciones antiguas y así ganarse algún denario…

Citarero – Es la historia de mi amigo
la que yo quiero cantar
permítanme comenzar:
mi buen amigo tenía
una viña, y la quería
con cariño sin igual.
La limpió, sembró la tierra,
una torre construyó
y un lagar edificó
esperando con sus uvas
llenar de vino las cubas
que también se fabricó.

Cuando entramos en la ciudad por la Puerta del Agua, mucha gente reconoció a Jesús y empezó a seguirnos. Por aquellos días, ya el moreno era muy popular en toda Jerusalén.

Jesús – Es bonita esa canción, abuelo.
Citarero – Bonita y antigua, mi hijo. Es siete veces más vieja que yo. Dicen que la cantaba el profeta Isaías aquí mismo, junto al Templo.
Hombre – ¡Ahora Israel ya tiene su profeta y su Mesías!
Mujer – ¡Sí, señor! ¡Que viva Jesús de Nazaret!
Todos – ¡Que viva! ¡Que viva!
Citarero – Pero, ¿es que está por aquí ese gran profeta? ¿Dónde, dónde?
Pedro – No dé vueltas, viejo. Es este barbudo que tiene usted delante piropeándole la canción.
Citarero – ¿Cómo? ¿Eres tú? Ay, mi hijo, como yo casi ni veo…
Hombre – ¡Que viva el profeta de Galilea!

El griterío de los que nos rodeaban crecía cada vez más. Al poco rato, salieron por uno de los pórticos del Templo, con sus elegantes túnicas y sus tiaras, un grupo de sacerdotes y magistrados del Sanedrín. Desde las gradas se quedaron observándonos. Despreciaban a Jesús, pero también le tenían miedo. Y, más que a él, a toda aquella masa de gente que se apiñaba en torno a nosotros. Jesús los vio enseguida y alzó la voz.

Jesús – Eh, abuelo, ¿por qué no canta más copias de la viña? Aquí tiene mucha gente oyéndole y seguro que conseguirá algún denario.
Citarero – Ay, mi hijo, ya ni me acuerdo cómo siguen. ¿Y tú? A lo mejor tú eres un profeta cantor como Isaías o como nuestro rey David.
Jesús – Qué va, abuelo, yo canto peor que un sapo ronco. Pero me sé la historia sin música. Y me parece que aquellos de allá atrás quieren oírla. Escuchen, resulta que el dueño de esa viña se llamaba Miguel… Miguel quería mucho a su tierra. Y como era buena para uvas, plantó una viña. Limpió bien la finca, la cercó, fabricó junto a ella un lagar y edificó una torre desde la que podía ver todo el terreno.

Miguel – Mira, hijo, mira… ¿Qué te parece? ¿No es la parcela más bonita de todas?

Jesús – Miguel tenía un hijo. Lo quería mucho. Lo quería más que a todo, mucho más que a su viña.

Miguel – Esta es tu herencia, hijo. Cuídala mucho. La tierra es como una mujer. Hay que atenderla, mimarla, desvelarse por ella. Y ella, a su tiempo, te dará su mejor fruto.

Jesús – Pero a Miguel y a su hijo se les presentó un viaje de urgencia. Y decidieron arrendar la finca a una cuadrilla de jornaleros.

Miguel – Amigos, confío en ustedes. Quiten la mala hierba, echen buen abono, rieguen los viñedos, poden los sarmientos y luego, cuando llegue el momento de la cosecha, recojan las uvas y písenlas en el lagar. ¡Ah, ese día vamos a hacer una fiesta grande para celebrarlo! Hasta entonces lo dejo todo en manos de ustedes. ¿De acuerdo?
Jornalero – De acuerdo, patrón. Váyase tranquilo que nosotros cuidaremos de esta tierra como si fuera la niña de nuestros ojos.
Miguel – Gracias, amigos. ¡Y hasta la vista! ¡Ea, caballo, arre!

Jesús – Pasó un mes y otro y otro más. Y llegó el tiempo de la vendimia.

Jornalero – ¡Miren qué uvas, compañeros! ¡Parecen melones!
Jornalero – ¡Ea, a cortar los racimos y luego a pisarlos en el lagar!
Jornalero – ¡Y más luego a beber y a divertimos! ¡Yupi! ¡Esta noche me emborracho yo como el viejo Noé! ¡Y después, que venga el diluvio! ¡Ja, ja, ja!

Jesús – La cosecha había sido abundante. Los racimos, cargados de uvas gordas y relucientes, fueron pisados en el lagar y se llenaron las cubas con el mosto dulce y espumoso.

Jornalero – ¡Hip! Oye, tú, Acaz, ahí fuera hay un tipo que te busca. Pregunta por el capataz de los viñadores… ¡Hip!
Jornalero – ¡El capataz soy yo! ¡Hip! Que entre, que entre y se atiborre de uvas, que aquí hay para todos. ¡Hip!
Mensajero – Buenos días. Me envía don Miguel, el dueño. Que los salude a todos de su parte.
Jornalero – Pues salúdalo tú de la nuestra.
Mensajero – Y me manda a decirles que, como ya estará vendida la uva, que cobren ustedes el salario según lo hablado y el resto de la cosecha que se lo hagan llegar conmigo.
Jornalero – ¿Cómo has dicho, ¡hip!, que no te oí bien?
Mensajero – Que me manda a decirles que como ya estará vendida la uva, que…
Jornalero – ¿Vendida? ¡Comida y bebida sí está, pero lo que es vendida! ¡Ja, ja, ja!
Jornalero – Vamos, vamos, aguafiestas, vete por donde viniste y déjanos en paz.
Mensajero – Pero, yo… ¿qué le digo al patrón?
Jornalero – ¡Qué patrón ni patrón! Dile al Miguelito ése que no moleste, por favor, que tenemos mucho trabajo, ¡hip!, y mucho sueño también… ¡Ahuuummm!

Jesús – Y el mensajero llevó el mensaje al patrón…

Miguel – La culpa es mía, que te mandé sin una carta firmada y, claro, los viñadores habrán pensado que eras un cuentista.
Mensajero – Me parece, don Miguel, que el cuento lo tienen ellos.
Miguel – Bueno, no te preocupes. Ya mandaré yo la próxima semana a otro mensajero para recoger el dinero de la cosecha.

Jesús – Y aquel otro mensajero llegó a la viña…

Mensajero – Me envía don Miguel, el dueño. Miren su firma en esta tablilla. Que los saluda a todos de su parte.
Jornalero – Pues salúdalo tú de la nuestra.
Mensajero – Y me manda decirles que, como la cosecha ya estará vendida, que cobren…
Jornalero – ¡Y dale con la misma monserga! Uff… ¡Vaya tipo! ¿Es que no puede decir otra cosa?
Mensajero – Bueno, claro, como la finca es suya, él quiere…
Jornalero – ¿Suya? ¿Has dicho suya? ¡Ja, ja, jajay! ¿Ustedes oyeron, compañeros? ¡Suya! ¡Ja, ja, jajay! Eh, amigo, a ti no te hace mucha gracia, ¿verdad? A ver si te ríes con esto…
Mensajero – ¡Ahggg! Esperen, esperen… Miren acá la tablilla con la firma del dueño…
Jornalero – Trágate la tablilla… ¡y buen provecho!

Jesús – El dueño de la viña no podía creer aquello…

Miguel – Pero, eso no puede ser posible.
Mensajero – No podrá ser, pero fue. Mire, don Miguel, mire los moretones…
Miguel – ¡No lo entiendo! En fin, enviaré otro mensajero a ver si ha sido una confusión. A la tercera, va la vencida, así dicen.
Jesús – Y el patrón Miguel envió a otro mensajero…
Mensajero – Vengo de parte de don Miguel, el dueño de esta finca, que dice que…
Jornalero – ¡Eh, compañeros, aquí hay otro más! ¡Vengan, vamos a calentarle el cuero! ¡Ja, ja, ja!
Mensajero – Pero yo…
Jornalero – Tú, nada. ¡Toma, por entrometido! ¡Duro, duro con él!

Jesús – El patrón Miguel supo pronto lo ocurrido…

Miguel – Pero, ¿qué demonios está pasando aquí? ¿Qué se han pensado esos viñadores? Hicimos un pacto. Y ellos lo han roto.
Mensajero – Lo que han roto son mis costillas, don Miguel. ¡Ay, no me queda un hueso en su sitio!
Miguel – Se acabó. Hoy mismo enviaré a mi hijo para poner los puntos sobre las íes.
Mensajero – Tenga cuidado, don Miguel, esa gente, además de ladrones, son asesinos.
Miguel – No, no te preocupes, a mi hijo lo respetarán. ¡No faltaría más!

Jesús – En la línea del horizonte, los jornaleros vieron que alguien se acercaba…

Jornalero – Oye, pero, ¿ése que viene por ahí no es el hijo de don Miguel?
Compinche – ¡Esto es el colmo! ¡El patrón o es tonto o está chiflado! ¡Ja!
Jornalero – Espérense, espérense. Vamos a actuar con cabeza. Este es el heredero de la finca. Si nos ponemos a malas con él, perderemos la comida y el trabajo.
Compinche – ¡Qué imbécil eres, rubio! ¿Es que no te das cuenta? ¡Ahora es nuestra oportunidad! Éste es el heredero… Si lo quitamos de en medio, ¿quién se quedará con la finca? ¡Nosotros, pedazo de idiota, nosotros! ¡Seremos los dueños! ¡Ea, compañeros, de prisa y sin mucha sangre!

Jesús – Y los viñadores le echaron mano al hijo del dueño y antes de que abriera la boca, lo cubrieron de insultos y de salivazos, lo patearon, lo molieron a palos, lo empujaron fuera de la viña y allí, con un cuchillo afilado, después de haberse ensañado con él, lo degollaron igual que a una oveja.
Mujer – Oye, Jesús, ¿y dónde pasó una cosa así? ¿Allá, en el norte?
Jesús – En el norte y en el sur. Aquí mismo está pasando. Abuelo, haga memoria: ¿la última copla no decía así?… “Escuchen ahora el final… de esta mi triste canción”…
Citarero – ¡Ah, sí, ahora me acuerdo! Espérate, profeta, que ya me está viniendo a la mente…
Escuchen ahora el final
De esta mi triste canción
la viña Dios la confió
a los jefes de Israel
justicia esperaba él
sólo abusos recogió.
Por eso les pongo un pleito
la viña a quitarles voy
y a los pobres se la doy
porque los otros han sido
jornaleros corrompidos
¡Y ahora sabrán quién soy!

Jesús – Muy bien, abuelo, muy bien. Así es como termina la historia. Sí, Dios es el dueño de la finca y les va a ajustar las cuentas a esa pandilla de bandidos, los dirigentes de nuestro pueblo, y nos va a entregar la viña a nosotros, los pobres de Israel.
Sacerdote – ¿Qué estás insinuando, nazareno embaucador?
Jesús – No digo nada nuevo, amigo. Las canciones viejas de nuestro pueblo lo dicen claro como el agua de lluvia. ¿No conoces tú el salmo que cantaremos en estos días de fiesta? La piedra que los albañiles despreciaron, Dios la escogió para rematar el ángulo, en lo más alto del edificio. Los albañiles no tuvieron ojos para conocer el valor de la piedra. Los viñadores han cerrado sus oídos a los mensajes del dueño de la viña. Así son ustedes, los jefes de Israel: ciegos y sordos. No perdonan al que les echa en cara su ambición. Vinieron los profetas: los golpearon, los persiguieron, se rieron de ellos. Vino Juan: le taparon la boca y, por fin, le cortaron el pescuezo. Y ahora…
Sacerdote – ¿Y ahora, qué?
Jesús – Ahora quieren hacer lo mismo con el hijo: quieren matarlo.

Se hizo un silencio. Lo rompió el chillido de uno de los sacerdotes.

Sacerdote – ¿No lo han oído? ¡Dice que él es el hijo de Dios! ¡Todos han oído la blasfemia! ¡Blasfemo, blasfemo!

Los sacerdotes se abalanzaron rugiendo hacia donde estábamos. Agarraron piedras de la calle y comenzaron a arrojarlas contra Jesús. Pero la multitud lo encubrió y respondió a los sanedritas. Las piedras llovían de un lado y otro. Fue un momento de gran confusión. Por fin, logramos mezclarnos con el torbellino de forasteros que inundaban las calles y salir fuera de la ciudad. Dentro de sus murallas, en la calle de las palomas, junto al templo, el viejo citarero de barba blanca, quedó cantando…

Citarero – Hombres de Jerusalén
habitantes de Judá
vengan todos a juzgar:
¿qué más podía yo hacer
por la viña que planté?
¿qué más le pude yo dar?

Mateo 21,33-46; Marcos 12,1-12; Lucas 20,9-19.

 Notas

* Además de los cantores y músicos oficiales que servían en el Templo de Jerusalén, pertenecientes a la clase clerical de los levitas, expertos en distintos instrumentos flauta, arpa, tambor, trompeta, había en Jerusalén cantores callejeros, tañedores de cítara o similares.

* En el Antiguo Testamento, la vid y la viña fueron símbolos usados muy frecuentemente para representar a Israel, el pueblo de Dios (Isaías 27, 1-6; Salmo 80, 9-17). «La canción de la viña» (Isaías 5, 1-7) es un poema compuesto por el profeta Isaías al comienzo de su predicación, probablemente con ocasión de la vendimia. Es uno de los textos de mayor altura literaria en el Antiguo Testamento. La uva, cultivo típico de Palestina y de los países vecinos que bordean las costas del mar Mediterráneo, requiere de cuidados especiales. De estas atenciones habló Isaías en su poema.

* La parábola “de los malos viñadores” se puede leer como una alegoría en la que cada elemento tiene un significado. El dueño de la viña es Dios. La viña es Israel. Los mensajeros enviados por el patrón a recoger los frutos de la cosecha son los profetas. El hijo del amo es el Mesías. Los jornaleros que atropellan a los mensajeros son los jefes religiosos de Israel que, en nombre de una falsa fidelidad a la religión, defienden sus intereses, incluso asesinando. En esta parábola, Jesús habló de la paciencia de Dios para advertir que llegaba a su término.